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El estrepitoso fracaso de la diplomacia económica de Trump: su “guerra arancelaria” terminó consolidando el dominio exportador de China

El gigante asiático alcanzó un superávit comercial récord de casi 1.08 billones de dólares para los primeros 11 meses de este año.

Desde su retorno a la Casa Blanca, el presidente Donald J. Trump apostó por una estrategia cruda y simplista: aranceles masivos a las importaciones chinas, en un intento por revertir el gigantesco desequilibrio comercial con República Popular China. Sin embargo —apoyándose en datos de 2024–2025— esa política ha derivado en un rotundo fracaso. Lejos de debilitar la industria china, los gravámenes impulsaron una reconfiguración favorable a Pekín, que hoy exhibe un récord histórico de superávit comercial., 1.08 billones de dólares solo para los primeros 11 meses de este año.

Según cifras oficiales citadas por diversos medios especializados, en 2024 las exportaciones de bienes estadounidenses hacia China alcanzaron aproximadamente US$ 143.5 mil millones, mientras que las importaciones desde China bordeaban los US$ 438.9 mil millones. Esto arrojó un déficit comercial bilateral de US$ 295.4 mil millones, un aumento de 5.8 % respecto a 2023.

El objetivo de Trump era claro: reducir la dependencia de productos chinos y revitalizar la industria nacional.   Para ello, impuso aranceles crecientes y progresivos —en algunos casos superiores al 100 % sobre ciertos bienes—, esperando forzar a China a renegociar el modelo comercial y a adoptar políticas más “equilibradas”. Pero incluso con esas barreras, la estrategia no rindió frutos: el déficit con Pekín disminuyó parcialmente, pero no porque Estados Unidos exportara más, sino porque redujo drásticamente sus importaciones chinas. En otras palabras: EEUU continuó fabricando menos con sus propias manos, pero también consumió menos productos chinos. Esa redistribución no mejoró la prosperidad doméstica ni la competitividad industrial, sino que trasladó el costo a consumidores y empresas estadounidenses.

Por su parte,  Lejos de naufragar,  el comercio chino no sólo resistió —sino que se adaptó. En 2025, la economía china logró un hito impensado hace apenas unos años: rompió su propio récord y acumuló un superávit comercial global superior al billón de dólares.  Es más: durante el primer semestre de 2025, ese superávit ascendió a US$ 586.000 millones, reflejando una industria manufacturera robusta, capaz de redirigir su producción hacia nuevos mercados y diversificar destinos más allá de Estados Unidos.  Esto demuestra que, en lugar de debilitar a China, la guerra comercial empujó a Pekín a modernizar su estructura exportadora: ya no vende sólo bienes de bajo costo, sino productos de mayor valor agregado —electrónicos, bienes industriales, manufacturas tecnológicamente sofisticadas—, fortaleciendo su posición en las cadenas globales de valor.

¿Qué falló en la lógica de la política de Trump?

  1. Visión cortoplacista y unilateral: Trump apostó por la presión vía aranceles sin construir una estrategia de alianzas ni diversificación de mercados. Pero los mercados globales no funcionan por decretos: reaccionan. China simplemente redirigió sus exportaciones hacia Europa, Asia, Latinoamérica y África. Resultado: los productos chinos siguieron llegando al mundo, menos dependientes de Estados Unidos.
  2. Subestimación de la resiliencia industrial china: La manufactura china no se derrumbó. Por el contrario, aceleró su adaptación, subió en la escala de valor agregado y consolidó su integración en cadenas globales de valor —aun con guerras comerciales, pandemias y crisis logísticas.
  3. Costo interno para Estados Unidos sin contrapartidas claras: Las empresas estadounidenses vieron reducido su acceso a insumos clave, encareciéndose costos. A su vez, la caída de exportaciones generó pérdidas para sectores que dependían de la demanda china (agrícola, automotriz, manufactura). Según un análisis reciente, la guerra arancelaria entre 2018 y 2025 implicó una pérdida estimada entre US$ 160-201 mil millones en exportaciones estadounidenses que nunca se recuperaron.
  4. Ilusión del déficit como indicador decisivo: Reducir el déficit bilateral no equivalió a “hacer América grande otra vez”. Cambiar quién produce y quién importa no es igual a reindustrializar, innovar o generar prosperidad sostenible. Trump confundió la cuenta contable con la salud productiva.

En Conclusión: su política de confrontación  terminó fortaleciéndolo al adversario. La narrativa de “aranceles como escudo protector” implícitamente prometía dos cosas: disminuir el déficit y revitalizar la manufactura estadounidense. Pero la aritmética del comercio global es más compleja. Al aplicar impuestos masivos sin una estrategia industrial integral, sin fomentar la competitividad, sin redefinir cadenas de valor, y confiando en la coerción comercial, en el bluff, la administración Trump logró reducciones puntuales en importaciones —pero no relanzó la industria local. Peor aún: fortaleció al adversario.

China hoy no sólo conserva su lugar como potencia exportadora mundial, sino que lo amplió. Su superávit récord de más de un billón de dólares en 2025 es una prueba tangible de que para Pekín la guerra comercial fue —cuando menos— un estímulo para reinventarse, diversificar mercados y ascender en la cadena de valor global.  En pocas palabras: la estrategia arancelaria de Trump fue —y sigue siendo— un boomerang. Ideada para proteger a Estados Unidos, terminó consolidando el dominio económico de China en el tablero global.

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